sábado, 31 de diciembre de 2011

Saludo de Navidad de Sor Antonieta Bruscato

Queridas hermanas y jóvenes en formación:

Nos separan pocos días de la celebración de la Navidad. La "peregrinación" de Adviento – vivida en la espera vigilante, en la búsqueda de lo esencial y en el clima del "silencio elocuente" de la Palabra – está por concluirse, una vez más, en el corazón de la noche donde, como por encanto, nos reporta el evangelista Lucas (cf. Lc 2,1-14): «Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban su rebaño por turno durante la noche. A un cierto momento la oscuridad se ilumina. A personas que habitualmente "no cuentan", no hacen noticia, se les da la más bella de las noticias: «les doy una gran alegría, que lo será para ustedes y para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor». Los pastores, envueltos de luz, después de un instante de miedo, se llenaron de inmensa alegría por la noticia anunciada. Dios se ha recordado de ellos, ha pensado justamente en ellos: los más pequeños, los olvidados, los excluidos. El estupor se traducirá más adelante en vigilia adorante a los pies del Niño.

Este anuncio de alegría, queridas hermanas, HOY nos llega y nos hace contemporáneas de aquel evento. Nos sentimos en el centro de los pensamientos y del amor del Padre. Nos damos cuenta de nacer con aquel Niño que nos reconcilia con la fragilidad y la pequeñez y hasta con nuestros límites. En el «signo» que Dios nos ofrece («un niño envuelto en pañales, puesto en un pesebre») de hecho, se encierra el "secreto" para asumir y vivir el mismo límite como "lugar" de acogida recíproca, de comunión y de misericordia.

María nos enseñe en esta Navidad de su Hijo, a cuidar de él que se esconde en nuestra pequeñez, en la "carne" de cada ser viviente, su morada hasta el fin de los tiempos. Nos enseñe a hacerlo en las "liturgias cotidianas" de la vida, en la ternura de las miradas, en la gentileza del trato, en palabras llenas de caridad. Sólo entonces podrá realizarse aquello que los ángeles han cantado en la Noche Santa: «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres que él ama».

Concluyo este breve mensaje para cada una de ustedes haciendo mío texto del beato Alberione:
Ante el pesebre ¿que gracia pedimos? Por medio de María, por medio de San José, por medio de los ángeles que han descendido del cielo para cantar el «gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus», mirar a esto: vivir en Cristo el apostolado. «Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis»: este es el programa de Jesús, este es el programa de la religiosa, de nosotros consagrados a Dios. Honrar a Dios y llevar la paz, es decir, la gracia a los hombres de buena voluntad… ¡Gran cosa es el apostolado! Sea cada vez más espiritual, tenga siempre un fin: las almas.

Feliz Navidad y Feliz Año nuevo. Con afecto, 

Sor Maria Antonieta Bruscato
Superiora general 

sábado, 24 de diciembre de 2011

Feliz Navidad 2011

Queridas hermanas y jóvenes en formación:

Nos separan pocos días de la celebración de la Navidad. La "peregrinación" de Adviento – vivida en la espera vigilante, en la búsqueda de lo esencial y en el clima del "silencio elocuente" de la Palabra – está por concluirse, una vez más, en el corazón de la noche donde, como por encanto, nos reporta el evangelista Lucas

(cf. Lc 2,1-14): «Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban su rebaño por turno durante la noche. A un cierto momento la oscuridad se ilumina. A personas que habitualmente "no cuentan", no hacen noticia, se les da la más bella de las noticias: «les doy una gran alegría, que lo será para ustedes y para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor». Los pastores, envueltos de luz, después de un instante de miedo, se llenaron de inmensa alegría por la noticia anunciada. Dios se ha recordado de ellos, ha pensado justamente en ellos: los más pequeños, los olvidados, los excluidos. El estupor se traducirá más adelante en vigilia adorante a los pies del Niño.

Este anuncio de alegría, queridas hermanas, HOY nos llega y nos hace contemporáneas de aquel evento. Nos sentimos en el centro de los pensamientos y del amor del Padre. Nos damos cuenta de nacer con aquel Niño que nos reconcilia con la fragilidad y la pequeñez y hasta con nuestros límites. En el «signo» que Dios nos ofrece («un niño envuelto en pañales, puesto en un pesebre») de hecho, se encierra el "secreto" para asumir y vivir el mismo límite como "lugar" de acogida recíproca, de comunión y de misericordia.

María nos enseñe en esta Navidad de su Hijo, a cuidar de él que se esconde en nuestra pequeñez, en la "carne" de cada ser viviente, su morada hasta el fin de los tiempos. Nos enseñe a hacerlo en las "liturgias cotidianas" de la vida, en la ternura de las miradas, en la gentileza del trato, en palabras llenas de caridad. Sólo entonces podrá realizarse aquello que los ángeles han cantado en la Noche Santa:

«Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres que él ama».

Concluyo este breve mensaje para cada una de ustedes haciendo mío texto del beato Alberione:

Ante el pesebre ¿que gracia pedimos? Por medio de María, por medio de San José, por medio de los ángeles que han descendido del cielo para cantar el «gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus», mirar a esto: vivir en Cristo el apostolado. «Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis»: este es el programa de Jesús, este es el programa de la religiosa, de nosotros consagrados a Dios. Honrar a Dios y llevar la paz, es decir, la gracia a los hombres de buena voluntad… ¡Gran cosa es el apostolado! Sea cada vez más espiritual, tenga siempre un fin: las almas.

Feliz Navidad y Feliz Año nuevo. Con afecto,

sor. M. Antonieta Bruscato

sábado, 10 de diciembre de 2011

¡Alengrense!. III Domingo de Adviento

El sendero es un camino angosto, que en diversas culturas se transforma en metáfora de la vida misma. La Iglesia recoge de los labios de los profetas y de Juan Bautista la invitación a aplanar los caminos porque el Señor está cerca. Preparar el camino requiere dar visibilidad a la vocación profética y “precursora”. Caminar como profetas no basta. Es necesario entrar en el único sendero que lleva al Padre: Jesús Camino, Verdad y Vida. El caminar en él nos obliga a asumir cada vez más sus rasgos totalmente humanos y divinos, siguiendo aquel itinerario de configuración al Hijo vivido por el apóstol Pablo: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Inauguramos la tercera semana con una gran invitación a alegrarnos porque «el Señor está cerca». En el Evangelio, el Bautista orienta a todos hacia Aquel que, aún estando en medio a su pueblo, no es reconocido: «El que viene detrás de mí es más poderoso que yo. Yo no soy digno de desatarle, inclinándome, los cordones de sus sandalias» (Mc 1,7). El Bautista recuerda a todos que la misión es indicar la presencia de Cristo en el mundo. Frente a actitudes cómodas, ambiguas y automáticas, el Adviento nos propone el valor grande del discernimiento para descubrir, a la luz de Dios, el valor profundo de todas las cosas. El Dios que sigue llamando, sigue siendo fiel a sus promesas. El Mesías esperado no es el juez implacable y duro; al contrario, él ha sido «enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a sanar los corazones destrozados» (Is 61,1).
 
Se enciende la tercera vela de Adviento


Señor, al encender estas luces,
reconocemos que tú has querido
caminar al lado de los hombres y mujeres
de todos los tiempos.

Y queremos expresar nuestra disposición
acoger la voz de invitación de preparar tus caminos:
en la fe que ve tu presencia escondida
en las acciones de bien de las personas
de buena voluntad;
en la esperanza que apuesta
por un mundo conforme a tu voluntad;
en el amor que día a día se hace donación.


Al encender esta tercera luz concédenos, Señor,
la alegría de ser, también nosotras,
una lámpara que ilumine las encrucijadas del mundo,
y testimonie ante nuestros hermanos el amor de Aquel
que ha querido compartir nuestra condición.


Tu presencia es nuestro gozo. ¡Ven pronto, Salvador!

domingo, 4 de diciembre de 2011

Enderecen los caminos. II Domingo de Adviento

En esta segunda semana de Adviento, centramos la mirada sobre la persona de Jesucristo-Palabra. Sólo quien conoce y ama la Divina Palabra, puede comprender plenamente también el significado de cada criatura Quien construye su vida sobre la Palabra edifica verdaderamente de manera sólida y duradera. Esta relación con Cristo-Palabra, Verbo de Vida, toca toda la existencia hasta transformarla. Una transformación deseada y buscada, que transforma lo cotidiano en Adviento, pero que a su vez exige nuestro compromiso: hacer activa la espera. La persona es creada en la Palabra y vive en ella; él no puede entenderse a sí mismo si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida.

Como el profeta Isaías, estamos llamados a ver la salvación que el Señor ya realiza, escondida en el sucederse de los acontecimientos, sin ruido y sin hacerse notar, y a proclamar la hora de la consolación para los pobres, para los pequeños, para los que buscan a Dios. El apóstol Pedro nos ayuda a comprender cómo Dios trasciende nuestra experiencia histórica, sometida al tiempo. No podemos reducir las promesas de Dios a nuestra historia personal, porque él es más, mucho más. Las palabras y las acciones de Juan Bautista indican a Jesús como el Mesías esperado, verdadera esperanza para quien lo recibe; como Aquel que transformará los corazones llevando a cumplimiento sus más auténticas aspiraciones. La predicación del Bautista está en perfecta sintonía con lo que significa reconocer a Jesús como Palabra del Padre.
 

Se enciende la segunda vela de Adviento

Los profetas, con palabras y gestos concretos,
mantenían encendida la esperanza del Pueblo de Dios.
Nosotras, como un símbolo, encendemos estas dos velas…
Las tinieblas aún cubren la tierra,
pero el tronco seco comienza a retoñar,
la aurora se asoma, el desierto florece.
Detrás de cada acontecimiento se esconde una Palabra de Vida,
porque has querido hacerte uno de nosotros,
revestido de nuestra carne.
Queremos abrirte las puertas de nuestra existencia, Señor,
hacer de nuestro oír una escucha obediente
para que brotes, para que ilumines,
para que florezcas en nuestras vidas
y podamos llevar por doquier consolación y esperanza.
Concédenos ser, con palabras y gestos concretos,
tu carta, escrita por el Espíritu, al hombre y a la mujer de hoy.
Te necesitamos. ¡Ven, Señor Jesús!

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Estudiante de Lic. en Administración de Empresas en la Mención de Informática de la UNESR. Lider del departamento de Atención al Cliente de Tecnología Cima 24, CA. Amante de las carreras, la natación y el Mar.