Queridas hermanas y jóvenes en formación,
Nos encontramos al final de aquella “peregrinación” que se articula a lo largo de los itinerarios marcados por la Palabra de Dios, los eventos y los días del año litúrgico. El Adviento está cerca. En el fluir del tiempo y en una rápida sucesión de los ciclos litúrgicos, nosotras – como todos los creyentes – corremos el riesgo de perder de vista su sentido. Esto sucede también para el Adviento, tiempo de la memoria, de la invocación y de la espera del Señor que viene.
Pero ¿cuándo y cómo viene el Señor? La respuesta a esta pregunta puede ayudarnos a acoger y vivir en profundidad el misterio de la espera.
Jesucristo, el Hijo del Padre, venido a la tierra en la carne, es para siempre el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Bajo este perfil ya nada hay que esperar, el Adviento es propio de cada cristiano, llamado a “llevar al mundo” a Dios, a hacerlo visible asumiendo su mismo estilo de vida, amando come él nos amó, haciendo el bien (cfr. Hch 10,38).
Por esto los verbos del Adviento son vigilar y velar (cfr. Mc 13,33-37). En la noche del mundo, en la noche de los días presentes, la palabra de orden es vigilar, es decir tener los ojos bien abiertos, porque el Señor está en esta noche; su luz hace visibles los signos y las semillas del bien en la aparente victoria del mal. Debemos velar, ejercitando el poder que el “patrón de casa” ha dejado a sus “siervos”: su mismo poder, el del amor, de la misericordia, de la solidariedad y del servicio.
Se trata de restituir al Adviento – palabra que en su raíz significa acercarse, hacerse cercano – su verdadera identidad. Si caminamos hacia los demás, el Señor viene. Si nos acercamos a los demás, Él viene.
Hermanas, dejemos que la Palabra de cada día nos habite y nos indique el camino, tanto, de poder ser signo del amor de Dios en medio de su pueblo, para trazar «caminos de esperanza» en los contextos de la vida de cada día. En esto nos podrán ayudar los textos del subsidio. Te esperamos: ven pronto, Señor, que, a la luz de las Constituciones y del tema del Intercapítulo, evidencian los elementos de la “liturgia de la semana” que pueden orientar el itinerario a seguir. Entre las actitudes a cultivar individual y comunitariamente, se nos propone el silencio «entendido como escucha de Dios en sus diversas mediaciones» y la sobriedad, que es equilibrio y moderación, despojo y libertad, búsqueda de lo esencial, responsabilidad.
En la situación histórica particular y económica que vivimos a nivel mundial, en primer lugar nosotras, debemos hacer opciones decididas de sobriedad, renuncia y coparticipación. Para hacer aún más concreto este compromiso, las invito a ayudar a las hermanas de Tailandia, involucradas en las violentas inundaciones que afectaron al país. Como siempre, pueden enviar sus ofertas al economato general, quien se encargará de hacerlas llegar a las interesadas. Gracias desde ya por su generosidad.
Queridas hermanas, el inicio del Adviento coincide con la fiesta del beato Santiago Alberione. Invocamos su intercesión para que, especialmente en este camino de preparación al Centenario de la Familia Paulina, se realice lo que él nos auguraba: «Este tiempo nos sirva especialmente para pedir al Señor que se repita la venida, es decir, la Encarnación del Hijo de Dios, pero en este mundo presente... Sobre todo pedir que el Hijo de Dios venga a nacer en nuestros corazones, en nuestras mentes; nos transforme, porque en esto está la redención de cada uno: llegar a ser semejantes a Jesucristo: Conformes fieri imagini Filii sui» (Pr 2, p. 9).
Buen camino de Adviento en compañía de la Virgen de la espera, la discípula, que habitada por la Palabra, la reviste de carne para la vida del mundo. Con afecto y gratitud.
Sor. M. Antonieta Bruscato
Superiora general