sábado, 27 de marzo de 2010

El ser Cristiano: una vocación para los demás:

Jesús, en todo momento pendiente de la voluntad del Padre, es el buen pastor que da su vida por las ovejas, que se santifica y se entrega por todas. No reserva nada para sí mismo. Es un ser-para-los-demás. Fue clavado en la cruz, en alto, para que podamos verle bien. Con sus pies clavados nos espera, y con sus brazos abiertos nos acoge a todos, sin distinción.

Ser cristiano significa pasar del «ser para sí mismo» al «ser para los demás». En la Biblia el Buen Samaritano no se pregunta ¿Qué me sucederá, en qué líos me enredaré si me entretengo en atender al herido? Solo piensa: ¿Qué le sucederá al herido si no me paro a recogerlo?

Aceptar la vocación cristiana es salir de sí mismo, acercarse a Cristo,
para abrirse como Él a los demás. Seguir las huellas del Crucificado, crucificar el propio yo, existir para los otros. «Hay que salvarse juntos. Hay que llegar juntos a la casa de Dios. Hay que pensar un poco en los otros, hay que trabajar un poco por los otros. ¿Qué nos diría Dios si llegásemos hasta Él los unos sin los otros?» (Péguy).

Las grandes figuras de la historia de la salvación han vivido «el principio para». Abrahán, saliendo de su tierra; Moisés, dirigiendo el éxodo... Ofrecerse y darse. Morir para vivir. Como el grano de trigo, que si no muere permanece solo, pero si muere da fruto abundante.

Autor: Justo López Melús
Fuente: www.elobservadorenlinea.com

sábado, 20 de marzo de 2010

El valor de la persona humana en GS 14

De todos los valores que existen el valor más importante es la Persona humana. No se trata de una cosa entre las cosas. No se trata de un ser vivo entre los seres vivos. El humano es materia contingente y corruptible.

La Iglesia nos enseña que “no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día. La propia dignidad del hombre pide que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que esté al servicio de las inclinaciones depravadas de su corazón” (Gaudium et spes 14, en adelante GS).

En la revelación podemos aprender que el cuerpo no es un objeto que tenemos. Somos cuerpo, no es que tenemos un cuerpo. El cuerpo humano nos hace presentes en el mundo, como constitutivos del mundo. El ser humano no es sólo cuerpo, es también alma. Es un ser individual. Cada uno posee su propia identidad. Aun formando parte de un género, es individuo. La distinción fundamental del humano es que, entre todas las cosas que constituyen el cosmos, él tiene una superioridad.

La Iglesia enseña lo que la Biblia le revela: “No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero. Por tanto, al reconocer en sí mismo un alma espiritual e inmortal, no se engaña con espejismo falaz procedente sólo de las condiciones físicas y sociales, sino que, por el contrario, alcanza la misma verdad profunda de la realidad” (GS 14).

El ser humano es un misterio creado por Dios como una compleja unidad de cuerpo material y alma espiritual. No sólo materia, ni sólo espíritu. Es un cuerpo espiritualizado o un alma encarnada. Es esa compleja unidad íntima que lo hace Persona humana. No es cosa ni es Dios. Es único, Persona humana. Es trascendente, su destino es la eternidad. Su superioridad y trascendencia es porque Dios crea a la Persona humana a su “imagen y semejanza” (Gen 1, 27), capaz de conocer y amar a su Creador. Ahí, según la Iglesia, radica la dignidad de Persona humana.

Este misterio de la Persona humana, para el cristiano, es revelado en Jesucristo. Éste no sólo nos revela a Dios Padre, sino que también nos revela al hombre (GS 22). Él es la verdadera imagen del Dios invisible y la verdadera y auténtica verdad perfecta de la Persona humana. Jesucristo es el hombre como debe ser. Y al encarnarse, con el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección, nos une íntimamente a Él. De manera que, tal como Él es Hijo de Dios, todos, configurados a Él (cf. Rom 6,1ss.), somos hijos (cf. Gálata 3,26).

La Persona humana es la imagen de Dios e hijo del mismo Dios. Ahí su nobleza.

Fuente: www.soberania.org

sábado, 13 de marzo de 2010

APRENDAMOS A ESTAR MAL

Una de las mayores gracias de la vida cristiana consiste en comprender que se está viviendo mal. Generalmente esto se descubre cuando la existencia lleva ya tiempo hecha trizas, de forma superficial y sorda, casi oculta. ¡El despojo soft!

El hijo menor de la parábola de Lucas se da cuenta en un momento preciso de que las cosas no funcionan: cuando mira el alimento que tiene en las manos. Algarrobas para los cerdos. Y entonces su mente lleva a cabo una operación de recuperación de las cosas antiguas: en casa de Papá se comía bien, muy bien. Hasta los criados eran tratados como señores. Aquellas algarrobas para los cerdos abrieron los ojos al hijo rebelde. Fueron “luz” para ver la miseria del corazón y “palabras” para escuchar el anuncio de una posibilidad.

Estar mal es algo positivo. Fingir estar mal es una operación diabólica. Claro que no entendemos el “estar mal” como quien está siempre mal para hacer estar mal a los demás, como la víctima consciente que se hace verdugo. Entendemos exactamente lo que sintió el hijo de la parábola: estoy mal porque me he reducido a esclavitud, porque he arruinado mi dignidad para sobrevivir en tiempos de escasez; he dejado un padre y he encontrado un amo; salí como hijo y me encuentro esclavo. Comenzando por decirse así mismo que uno se ha hecho así con sus propias manos, tal vez podrá comenzar a levantarse y caminar hacia la propia dignidad de hijo y heredero.

En la parábola de Lucas entrar en sí mismo y volver al Padre son movimientos coincidentes: el Padre es mi dignidad, volver a él significa automáticamente dejarse abrazar por el auténtico misterio de la existencia personal. Entonces hay un malestar útil y otro inútil.

Aprendamos a estar mal “bien” sin ilusiones ni retrasos; detengámonos, no retrasemos esta conciencia con la excusa de los deberes apostólicos. Arrojemos del corazón ese “estar mal” dañino e inútil hecho de rencores, de envidias, de expectativas irreales. Aprendamos a decir a Dios: “Estoy mal lejos de ti, échame una mano”, Aprendamos a decir a los otros: “Algo no funciona. Escúchame”.

Aprendamos a “estar bien”, con esperanza y humildad. Abramos los ojos a los signos indicativos de las esclavitudes malsanas, ocultas; inclinémonos sobre el campo de nuestro corazón y contemos las algarrobas de los cerdos. Es una cuenta que recompensa. Lo garantizó personalmente.

Autor: Padre Giuseppe Forlai, igs

viernes, 5 de marzo de 2010

ORACION


Señor, Tú eres nuestra roca.

Lejos de ti somos como casas construidas sobre la arena.

Pero hay días en los cuales no conseguimos afianzarnos en ti:
haz que nuestros corazones estén siempre vigilantes,
para que no se pierda nunca en nuestra mente la fuerza de aquellos días en los que nos hemos enraizado en Ti.

Que el sabor suave y la fuerza de tu presencia
no se borre jamás de nuestra alma, para que sepamos saborearlo,
custodiarlo, donarlo y buscarlo incesantemente.

Subsidio CEI - Cuaresma 2010

Datos personales

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Estudiante de Lic. en Administración de Empresas en la Mención de Informática de la UNESR. Lider del departamento de Atención al Cliente de Tecnología Cima 24, CA. Amante de las carreras, la natación y el Mar.