sábado, 24 de abril de 2010

Los discípulos de Emaús: ¿cómo ser discípulos hoy?

Existen dos dimensiones importantes del ser cristiano, estas son las de ser discípulos y misioneros. Pero ¿que significa esto de ser discípulos y misioneros? estas dos dimensiones van unidas una a la otra indisolublemente, de modo tal que no se puede ser discípulo sin ser misionero y a la inversa. Todos los bautizados somos discípulos de Cristo en cuanto recibimos de El su palabra y su misma vida divina en los sacramentos.

El encuentro real con Jesús en los sacramentos nos instala en la vida de discípulos nutriéndonos de su misma vida y aprendiendo de sus propias palabras leídas y escuchadas en el seno de la comunidad creyente; este encuentro nos prepara para la misión basada en la alegría de ese encuentro con nuestro Salvador. Lo mismo sucede con el Evangelio que se nos anuncia en la intimidad del encuentro con Cristo o en la participación comunitaria en la Misa; el Evangelio que allí escuchamos no es para guardarlo en lo oculto de nuestro corazón, sino para ser transmitido, para que vivifique el mundo que nos rodea.

Es por eso que el lugar más apropiado para vivir esta vida de discípulos y misioneros es «Entre las comunidades eclesiales en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. Llamadas a ser casas y escuela de comunión» (Aparecida, n. 170).

La parroquia es el lugar del encuentro vivo y pleno con Cristo que nos lleva a anunciar su palabra, ya que en la comunidad parroquial participamos de los sacramentos y de la comunión con nuestros hermanos, con los cuales vivimos comunitariamente la alegría de ser discípulos y misioneros, de ser Pueblo de Dios, de sabernos amados por Dios y unidos por el vínculo de la caridad.

La comunidad parroquial no actúa en su lugar geográfico como una suma de sujetos sino como un sujeto con identidad propia, ya que es una común-unidad fundada por el mismo Espíritu Santo, que a la vez nos impulsa al anuncio del Evangelio de Cristo; viviendo por la Eucaristía, sin esta comunión con Cristo no hay posibilidad de que la comunión entre los miembros de una parroquia sea sincera, Él nos alimenta, Él nos hace crecer en su conocimiento y Él nos envía a anunciarlo al mundo.

Pidamos al Señor, que se quede con nosotros, que podamos conocerlo más, que podamos anunciarlo con integridad, porque nuestra vida sin Él carece de sentido, pidamos como lo hicieron los discípulos de Emaús: «quédate con nosotros» (Lc 24, 29)

Fuente: http://ggomila.blogspot.com

sábado, 17 de abril de 2010

Jesus, el modelo a seguir

La Iglesia ha confesado con claridad y gozo todos los días a lo largo de los siglos la verdadera humanidad de Jesús, como lo hizo con su divinidad. Jesucristo es verdadero y perfecto hombre, modelo de nuestra humanidad de hijos adoptivos, nos llama y capacita para seguirlo, nos incorpora al misterio de la Trinidad, para que como hijos adoptivos en el Hijo Eterno, movidos por el Espíritu Santo, respondamos siempre y totalmente al amor primero del Padre, aquí ya en la historia, en marcha hacia la gloria.

La imitación de Jesús no es simplemente semejanza de gestos y palabras, es adhesión fundamental por la fe, la esperanza y caridad, de toda la persona, en toda su existencia. En una entrega que supone la fe, la esperanza y la caridad, que dan la inteligencia de la palabra del Señor que llama, y la fuerza del Espíritu que sana e impulsa la libertad del amor al Señor que se entregó por nosotros.
El hombre va transformándose de imagen en imagen por su vida de libertad y de amor, para hacerse cada vez más cercano a la gloria de Cristo.


La libertad de los hijos de Dios.

La libertad es la capacidad que tiene la persona humana de disponer de sí mismo en orden a su fin, a su destino, con independencia de cualquier determinismo, interior o exterior. Por la libertad el hombre debe elegir aquello que Dios le señala como su bien. Por este modo, por la elección, el sujeto define su rostro moral, su identidad ética y se hace padre de sí mismo, según la expresión de un Padre de la Iglesia. A través de los mandamientos Dios nos indica el camino de nuestra libertad para que nos realicemos. Indicarnos el camino de nuestro bien es un don divino.

Esta libertad, por el pecado original, ha sido herida y solo es liberada de su inclinación al pecado a través de Cristo. Sólo con la gracia de Cristo puede la libertad humana cumplir la ley moral en su totalidad y siempre. Si alguien la cumple de esa manera, lo sepa o no lo sepa, lo hace por la gracia de Dios.

La vida digna del hombre es imitación de la libertad de Cristo, por quien somos capaces del acto propio de la libertad auténtica que es el amor a Dios y al prójimo. Sólo el Espíritu del Crucificado nos hace capaces de la auténtica libertad de los hijos de Dios, que es la plenitud de la libertad de todo hombre.

Finalmente podemos decir que la medida de la imitación de Cristo es la de la de la auténtica libertad. Ésta es la realización personal del hombre, en la comunión con Dios y los hermanos.

Fuente: http://multimedios.org/docs/d001074/

sábado, 10 de abril de 2010

Conocimiento de Cristo resucitado como autoconocimiento.

El inconsciente tiene muchas cosas guardadas que no nos gustan o nos lastiman. Sin embargo, lo importante es sacarlo para controlarlo y que Jesús pueda sanarlo. ¿De qué manera? Entregándole a Cristo cada momento doloroso que haya o esté marcando nuestra vida y manera de vivirla... o no vivirla.

Si descubres que en tu vida existen muchos picos hacia abajo, tu misma vida te motiva para salir adelante y hacerte decir fuerte y firmemente ¡Basta!

Esta historia de vida es material para la oración personal, para ser compartida con alguien, el hacerlo provoca consuelo, aceptación y la retroalimentación que de ello se genera, comprensión y acercamiento.
Yo soy una persona y como todas las demás personas soy un regalo. Dios me llenó de una bondad que es sólo mía. Cada encuentro y comunicación entre personas es un intercambio de regalos. Mi regalo soy yo, tú eres tu regalo. Somos obsequios unos para otros.

¿Quién eres tú? Date unos minutos para responder a la pregunta mentalmente...

Saber quienes somos como personas surge de un autoconocimiento, de descubrirte y reconocer entonces que tú eres Hijo de Dios y sin embargo, probablemente te habrás esforzado en dar otro tipo de respuesta.

Las creencias son generalizaciones que nos hacemos a propósito de nosotros mismos, de otras personas y del mundo que nos rodea; a lo largo de la vida hemos cambiado muchas creencias. algunas son fijas e importantes.

Las creencias actúan como profecías que se cumplen por ellas mismas.

¿Cómo podemos reconocer cuando una creencia es verdadera o falsa? Por su origen, su raíz, esa creencia viene de Dios, créela, no viene de Dios, entonces no lo creas.


Muchas veces la gente pretende decirnos quiénes somos porque asume que no lo sabemos y porque realmente no lo sabemos. Nuestra mente necesita verdades verdaderas

Como cristianos debemos saber que lo que es cierto en cuanto a Cristo es cierto en cuanto a mí, por eso es recomendable la lectura y meditación de la Palabra de Dios, porque solo así podemos descubrirnos y llegar al autoconocimiento desde Cristo, porque somos hijos de Dios hechos a su imagen y semejanza.

A continuación algunas frases Bíblicas que nos pueden ayudar en esta tarea diaria que debe ser el crecer en el conocimiento de Cristo y el autoconocimiento:

Juan: Soy hijo de Dios (1:12).

Romanos: Soy hijo de Dios; espiritualmente, Dios es mi Padre (8:14,15; Gálatas 3:26; 4:6).

1 Corintios: Soy templo --morada-- de Dios. Su Espíritu y Su vida moran en mí (3:16;6:19).

2 Corintios: Soy una nueva creación (5:17).

Efesios: Soy hechura de Dios --Su obra especial-- nacido de nuevo en Cristo para hacer Su obra (2:10).

1 Tesalonicenses: Soy hijo de luz y no de oscuridad (5:5).

Hebreos: Soy partícipe de Cristo; comparto Su vida (3:14).


Las siguientes declaraciones describen tu identidad en Cristo. Ora con ellas, pidiéndole a Dios que afirme estas verdades en su corazón.

Romanos: He sido justificado --completamente perdonado y justificado (5:1).

1 Corintios: Dios me ha dado la mente de Cristo (2:16).

Gálatas: He sido crucificado con Cristo y ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí.

Efesios: Puedo acercarme a Dios sin impedimento, con libertad y confianza (3:12).

Colosenses: Estoy completo en Cristo (2:10).

2 Timoteo: He recibido el espíritu de poder, amor y dominio propio (1:7).


Fuente: www.redcatolica.net

sábado, 3 de abril de 2010

La Pascua de Jesús...

Un acontecimiento
que trasciende la vida y la transforma...

El camino de la Cuaresma a la Pascua puede interpretarse como un itinerario de la oscuridad a la luz, un paso de la vista física a la facultad de ver desde el interior.

A lo largo de los Evangelios de la Pascua, se contempla a un Jesús Resucitado que trae la luz y da un nuevo sentido a la oscuridad, enseña a mirar y a ver con unos ojos nuevos. Durante el tiempo de cuaresma vimos al Jesús triunfal y arrasador, el héroe que vence a la naturaleza y consigue que pazcan juntos el león y el ternero.

Al llegar la Pascua, aquel Jesús capaz de transformar lo físico muere, es el fin del mesianismo. El Jesús pascual ya no va a untar más con barro los ojos de ningún ciego. No va a limar ni a cubrir nuestras carencias ni limitaciones. Hay otras cegueras, mucho más profundas, que son susceptibles de ser transformadas por la fuerza de la Resurrección.

Cuando los discípulos encuentran a Jesús, ya resucitado, de camino hacia Emaús: estando su alma oscurecida de alguna manera para no poder entender lo que ven, no lo reconocen. Es entonces cuando Jesús, que ha asistido al ciego del camino, vuelve a obrar el milagro. No se trata ahora de devolver una luz física, de abrir unos ojos humanos con tierra y saliva. Se trata de otros ojos, y de otra luz.

Jesús es la luz que vive en la noche. La luz principio y fin, la del alfa y la omega, la que transciende la capacidad intelectual humana, la luz que no es visible ni razonable, ni tangible, ni creíble. La luz de la fe, que ilumina cómo y dónde quiere, una luz que cura, evoca, hiere e inspira.

La ceguera de Tomás es la ceguera de los que aplican análisis racionales a las obras del amor, pero también la de los que piden ver con los ojos porque no logran comprender con la razón. Tomás y los discípulos reconocen a Jesús cuando se pone en el centro y les desea la paz. Entonces lo ven, porque saben interpretar que el que trae la Paz no puede ser más que Él.

Es el final del camino del creer sin ver que le Pide Jesús a Tomás. El creer con fe oscura. Sin pruebas, ni vista física, ni reconocimiento, tan solo con el asentimiento del la fe, iluminada con el amor. La noche, entonces, es el lugar de encuentro, el lugar de la vida y la redención, el lugar de la Pascua y también lugar donde se realiza la Resurrección.

La Pascua finalmente es la certeza de que hay un camino hacia la luz. No el camino ingenuo que creían seguir los apóstoles, subiendo con Jesús a Jerusalén por última vez, cuando buscaban éxito y grandeza y se encontraron con el desprecio, el dolor y la muerte. La Pascua es una ardua luz que surge en medio de la noche para dar fe de que existe la esperanza. Luz en los ojos que invita a reconocer a Jesús, a seguirlo, a buscarlo, a no avergonzarse de él. Luz que ayuda a encontrar sus ojos en los nuestros, grabados en nuestro interior, incluso cuando pensamos que dentro ya no hay más que vacío.

Fuente: http://www.stjteresianas.pcn.net/

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Estudiante de Lic. en Administración de Empresas en la Mención de Informática de la UNESR. Lider del departamento de Atención al Cliente de Tecnología Cima 24, CA. Amante de las carreras, la natación y el Mar.