1. La liturgia nos recuerda hoy la Natividad de la santísima Virgen María. Esta fiesta, muy arraigada en la piedad popular, nos lleva a admirar en María niña la aurora purísima de la Redención. Contemplamos a una niña como todas las demás y, al mismo tiempo, única, la "bendita entre las mujeres" (Lc 1, 42). María es la inmaculada "Hija de Sión", destinada a convertirse en la Madre del Mesías.
2. Al contemplar a María niña, no podemos por menos de pensar en tantos niños inermes de Beslán, en Osetia, víctimas de un bárbaro secuestro y asesinados trágicamente. Se encontraban dentro de una escuela, lugar donde se aprenden los valores que dan sentido a la historia, a la cultura y a la civilización de los pueblos: el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia y la paz. Ellos, en cambio, entre esas paredes experimentaron el ultraje, el odio y la muerte, consecuencias nefastas de un cruel fanatismo y de un insensato desprecio de la persona humana. En este momento, nuestra mirada se dirige también a todos los niños inocentes que, en las diversas partes del mundo, son víctimas de la violencia de los adultos. Niños obligados a empuñar las armas y educados a odiar y matar; niños forzados a mendigar por las calles, explotados para obtener fáciles ganancias; niños maltratados y humillados por la prepotencia y los abusos de los mayores; niños abandonados a sí mismos, privados del calor de la familia y de una perspectiva de futuro; niños que mueren de hambre; niños asesinados en los numerosos conflictos que se libran en diversas regiones del mundo.
3. Es un fuerte grito de dolor de la infancia ofendida en su dignidad. Ese grito no puede, no debe dejar indiferente a nadie. Amadísimos hermanos y hermanas, ante la cuna de María niña tomemos renovada conciencia del deber que todos tenemos de tutelar y defender a estas frágiles criaturas y construir para ellas un futuro de paz. Oremos juntos a fin de que se creen para ellos las condiciones de una existencia serena y segura.
2. Al contemplar a María niña, no podemos por menos de pensar en tantos niños inermes de Beslán, en Osetia, víctimas de un bárbaro secuestro y asesinados trágicamente. Se encontraban dentro de una escuela, lugar donde se aprenden los valores que dan sentido a la historia, a la cultura y a la civilización de los pueblos: el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia y la paz. Ellos, en cambio, entre esas paredes experimentaron el ultraje, el odio y la muerte, consecuencias nefastas de un cruel fanatismo y de un insensato desprecio de la persona humana. En este momento, nuestra mirada se dirige también a todos los niños inocentes que, en las diversas partes del mundo, son víctimas de la violencia de los adultos. Niños obligados a empuñar las armas y educados a odiar y matar; niños forzados a mendigar por las calles, explotados para obtener fáciles ganancias; niños maltratados y humillados por la prepotencia y los abusos de los mayores; niños abandonados a sí mismos, privados del calor de la familia y de una perspectiva de futuro; niños que mueren de hambre; niños asesinados en los numerosos conflictos que se libran en diversas regiones del mundo.
3. Es un fuerte grito de dolor de la infancia ofendida en su dignidad. Ese grito no puede, no debe dejar indiferente a nadie. Amadísimos hermanos y hermanas, ante la cuna de María niña tomemos renovada conciencia del deber que todos tenemos de tutelar y defender a estas frágiles criaturas y construir para ellas un futuro de paz. Oremos juntos a fin de que se creen para ellos las condiciones de una existencia serena y segura.
SS. Juan Pablo II. Audiencia General, 8 de septiembre de 2004
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