Quien comienza a amar desde la vida, se siente impulsado a realizar la justicia y la paz, a escuchar y ser para los demás, a entregarse hasta el extremo, conscientes de que la vida que se ha transfigurado y hasta desfigurad si hiciera falta en el amor, no se acaba nunca sino que dándola es como se encuentra. Quien comienza a amar desde la vida ha comenzado a transitar por la Pascua, ha comenzado a resucitar aunque a fuerza de vivir y amar en mayúscula arrastre, como Cristo resucitado las arrastró, las heridas y llagas. Ser cristiano significa pasar del «ser para sí mismo» al «ser para los demás».
Jesús, siempre pendiente de la voluntad del Padre, es a la vez el buen pastor que da su vida por las ovejas, que se santifica y se entrega por todas. No se reserva nada. Es un ser-para-los-demás. Jesús está clavado en la cruz. Bien alto, para verle bien. Con los pies clavados para esperarnos. Con los brazos abiertos para acogernos a todos.Ser cristiano significa pasar del «ser para sí mismo» al «ser para los demás». «La fe cristiana solicita al indivino, pero no para sí mismo, sino para el todo. Por eso la palabra para es la auténtica ley fundamental de la existencia cristiana» (Ratzinger). El Buen Samaritano no se pregunta ¿Qué me sucederá, en qué líos me enredaré si me entretengo en atender al herido? Sino que piensa: ¿Qué le sucederá al herido si no me paro a recogerlo?
Aceptar la vocación cristiana laical o religiosa es salir de sí mismo, acercarse a Cristo, para abrirse como Él a los demás. El seguimiento de la cruz no es una devoción privada, para dulces arrobos interiores. Es seguir las huellas del Crucificado, salir de sí mismo, crucificar el propio yo, existir para los otros. «Hay que salvarse juntos. Hay que llegar juntos a la casa de Dios. No vayamos a encontrarnos con Dios estando los unos separados de otros. Hay que pensar un poco en los otros, hay que trabajar un poco por los otros. ¿Qué nos diría Dios si llegásemos hasta Él los unos sin los otros?» (Péguy).
Las grandes figuras de la historia de la salvación han vivido «el principio para». Abrahán, saliendo de su tierra; Moisés, dirigiendo el éxodo... Ofrecerse y darse. Morir para vivir. Como el grano de trigo, que si no muere permanece solo, pero si muere da mucho fruto. «Quien ama su vida la pierde, pero el que la aborrece en este mundo la guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25).
Ser de Dios es ser para Dios, y por Dios, es ser para los demás y de los d emás. Es darse hasta desgastarse. Es dar la vida a chorros. Es no tener tiempo ni para comer, porque el celo de la casa de Dios te devora. Es no dormir si es necesario por estar con El. Es ser un peregrino porque hasta que vuelvas a Dios ningún sitio es tu casa. Es vagar por los caminos buscando a los perdidos, confundidos, heridos, caídos, porque eso es lo que Dios hace. Es salir a los márgenes de la historia para llevar una palabra de ánimo, de ternura, de esperanza. Es saber que nunca estamos solos, porque Él nos acompaña hasta en nuestros infiernos.