Queridas hermanas y jóvenes en formación,
Las “cuatro estrellas”, que han iluminado nuestro camino de Adviento, se posan idealmente ante la gruta de Belén, donde se cumple el misterio que contemplamos cada año. «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
Este Hijo, que los cielos no pueden contener (san Agustín), la Palabra eterna del Padre, viene a nosotras en el signo de la fragilidad y se entrega a la pobreza de nuestra condición humana. ¿Existe algo más grande de un Dios que se hace estrechar en los brazos como un hijo? ¿Existe un desafío más exaltante del de ofrecer al Verbo de Dios nuestra misma vida, para que él viva en nosotras y para que nosotras mismas podamos vivir en Él?
Navidad, es entonces “memorial” de nuestro ingreso en el misterio de la encarnación; es la celebración del nacimiento de Cristo en nosotras:
Hacer el pesebre es una grande y bella obra de piedad, pero ante todo, el pesebre ha de ser hecho en nosotros: debe nacer en nosotros el Hijo de Dios, encarnado en nuestros corazones, en nuestras mentes, en todo nuestro ser (FSP53, p. 370).
Si Cristo nace en nosotras, el fuego de la misión se expande. Si Cristo vive en nosotras nos contagia de su mismo amor por la humanidad, nos transformamos en comunicadoras eficaces de una Buena Noticia, que libera de todas las esclavitudes; nos hace compañeras de camino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, testigos de esperanza aún en las tinieblas del absurdo.
Hermanas, en la noche de Navidad y en el paso de este año, herido por violencias de todo tipo, guerras, martirios, calamidades naturales, desigualdades sociales, precariedad espiritual… permanezcamos ante la “cátedra” del Pesebre, para aprender la lección del amor y así, en el ejercicio cotidiano del apostolado, recorrer el camino de una santidad auténtica y atrayente, tal como nos invita nuestro Fundador:
Entrar espiritualmente en la gruta de Belén, allí donde Jesús da las primeras lecciones, lecciones de po-breza extrema y lecciones de amor: ¿quién es y qué es lo que atrajo al Hijo de Dios sobre la tierra, a vestirse de carne humana y habitar con los hombres? El amor…¿Qué quiere Jesús? Dos cosas: la gloria de Dios, es decir la gloria del Padre, y luego la santidad, la salvación de los hombres, con la condición que haya buena voluntad… Pedir esto: tener una voluntad firme, es decir, tener en nosotros el pensamiento dominante: santificación y apostolado… Cuando hay un ideal de santidad, cuando queremos ponernos todos en Jesucristo, vivir en él, vivit vero in me Christus, cuando uno quiere imitarlo, ponerse a su escuela y servirlo, entonces esta voluntad es bendecida por el Señor. Si nosotras pedimos muchas cosas, pero no pedimos esta voluntad, no pedimos la gracia propia del Pesebre (1961).
María nos obtenga esta gracia de santidad y reavive la esperanza del corazón en la espera de Aquel que sigue viniendo en medio a nosotros. Dios viene a visitar nuestra vida y nuestras comunidades. Acojámoslo con alegría.
Feliz Navidad y Feliz Año nuevo. Con afecto,
Sor Maria Antonieta Bruscato
superiora general