Pensamientos, deseos, preocupaciones, proyectos, fantasías, dificultades de relación, cansancios, pero nos damos cuenta sin vanas complicaciones, que la Palabra de Dios no ocupa todavía el lugar que le pertenece desde siempre. Marginada, queda en silencio sin gritar, sin oponer resistencia, esperando volver un día a la casa como dueña y señora. ¨¿Cómo volver a dar a la Palabra su propiedad? ¿Cómo llegar a ser el árbol que da frutos en cada estación? (cf. Sal 1,3). ¿Cómo llegar a la meta propuesta por el apóstol de los gentiles: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí»? (Gal 2,20). ¿Cómo olvidar a Dios en una vida consagrada al anuncio de su Palabra? (cf. Dt 6,12; 8,11). El camino no es fácil, ni largo, sino posible. Posible para quien lleva en el corazón el deseo de querer volar alto, para quien ha comprendido el inmenso don de la Palabra, porque Dios ofrece su ayuda a quien la pide y hace gracia al humilde que desea escucharlo.
En nuestras ciudades, además del aire contaminado respiramos cada día millares de palabras contaminadas que no permiten a nuestro corazón encontrar su centro de equilibrio, de fuerza y entusiasmo. El antídoto propuesto por la misma Escritura que hoy nos llega en la voz de la iglesia es la de respirar la Palabra.
Sólo así lograremos transfigurar y hacer únicos y divinos nuestros días, a veces monótonos y apagados. Nuestra vida verdadera inicia cuando entramos en contacto con la Palabra, y esto resulta natural en el itinerario de la lectio divina. La vita consagrada «nace de la escucha de la Palabra de Dios para llegar a ser una “exégesis” viviente y esplendente de la Palabra de Dios» (VC 94). Cuando la Palabra habite en nuestro corazón, nuestra respiración, nuestra mente, nuestras palabras cotidianas, nuestra comunicación no verbal, nuestros miles de gestos de servicio y amistad, se transformarán en perfume de Dios en el mundo. Hoy más que nunca, la Palabra nos pide optar entre la superficialidad y la profundidad, entre el individualismo y la fraternidad, entre el vacío y la Presenza, entre la soberbia y la humildad, entre el ser portadoras de la nada y el ser comunicadoras del Todo.
Se trata de revelar al mundo la Belleza que salva: aquella emanada del rostro de Cristo Palabra eterna del Padre. La humanidad está desorientada por miles de propuestas que no llevan a la Verdad. El Beato Santiago Alberione lo había comprendido y por esto ha deseado que el objetivo de la Familia Paulina fuese muy claro: hacer la caridad de la Verdad. No se trata de una Verdad de saber, sino de una Verdad a amar y vivir, una Verdad que repara la imagen distorsionada de Dios en el corazón de los hombres. Una misión comprometedora que remite a la misión misma de María de Nazaret: mujer habitada totalmente por la Palabra. La Verdad ha encontrado en María su casa, su tienda de campaña, el vientre fecundo y el corazón virgen.
A estas alturas nos llama Dios que pone cada día en nuestras manos la Verdad de la Palabra de Dios que, en la lectio cotidiana, se transforma en Pan del camino y Luz del futuro.
El entrar en la escucha atenta y obediente de la Palabra viva, el meditar y rumiar su mensaje, el orar y dialogar con sus exigentes pedidos, el contemplar y ver sus caminos en la historia de los hombres, nos hace habitación de Dios, viento perfumado del Espíritu.
Francesca Pratillo, fsp
Fuente: http://www.paoline.org
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