El Tribunal Europeo, acogiendo la solicitud de una italiana de origen finlandés, define la presencia del crucifijo en las aulas italianas «una violación a la libertad de los padres de educar a sus hijos según sus convicciones». Es el primer caso que llega al Tribunal Europeo.
El Vaticano manifestó «estupor y pesar» por una decisión definida «errónea y miope». El portavoz de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, se refirió con estos términos en una entrevista a la Radio Vaticana y al Tg1. El Crucifijo ha sido siempre un signo de ofrecimiento de amor de Dios y de unión y acogida para toda la humanidad. Lamento que sea considerado como un signo de división, de exclusión o de limitación de la libertad. No es así, y tampoco es el sentir común de nuestra gente. En particular es grave querer marginar del mundo educativo un signo fundamental de la importancia de los valores religiosos en la historia y en la cultura italiana.
La religión aporta una preciosa contribución para la formación y el crecimiento moral de las personas, y es un componente esencial de nuestra civilización. Es erróneo y miope desear excluirla de la realidad educativa. Sorprende además que un Tribunal Europeo intervenga seriamente en una materia muy profundamente ligada a la identidad histórica, cultural y espiritual del pueblo italiano. No es este el camino por el que se atrae a amar y compartir más la idea europea, que, como católicos italianos, hemos sostenido fuertemente desde sus orígenes. Parece que se quiera desconocer el papel del cristianismo en la formación de la identidad europea, cuando en cambio ha sido y sigue siendo esencial.
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