Queridas hermanas y formandas:
Juntas hemos vivido el tiempo de Adviento a la luz de la palabra profética: “Levántate!”, que está guiando nuestro camino de rediseñación y sosteniendo la espera de Aquel que continúa naciendo en la historia humana. Dios viene, una “buena noticia” para la humanidad de nuestros días, derrotada por la fatiga del vivir. Dios viene, y hace renacer aquella esperanza que se ha hecho tan pequeña que parece esconderse. Dios viene, envuelto en los pañales de las debilidades y en la mansedumbre de la pobreza, símbolos nuevos de la omnipotencia divina, escuela “donde Jesús da sus primeras lecciones, lecciones de pobreza extrema, lecciones de amor…” (don Alberione).
En esta Santa Navidad, con nuestro Fundador las invito a “entrar espiritualmente en la gruta de Belén”, al ritmo de tres expresiones verbales fuertes y comprometedoras: camina, contempla, alégrate.
Camina hacia Belén con paso veloz y sin demora, como los pastores. Allí encontrarás “un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12), junto a María y a José. De este tierno Niño irradiará la luz que pone en fuga las tinieblas del mundo, el bálsamo que sana las heridas de la humanidad, la esperanza que se insinúa en las dificultades de la desorientación y de las crisis. Iluminados por este Niño, llegaremos sin temor a nuestros hermanos y hermanas, como mensajeros de un prodigio (“Hoy, en la ciudad de David ha nacido un Salvador”), y testigos de todo lo que hemos visto y oído.
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