Queridas hermanas y jóvenes en formación,
Dos semanas atrás hemos concluido el Intercapítulo, que ha sido un momento de verdadera gracia para toda la congregación. Movidas por el Espíritu, hemos comprendido con mayor claridad la necesidad de perseverar en la escucha obediente del Señor, para permitir que su Palabra, que habita en nosotras, “estalle” con su fuerza transformadora. Una trasformación interior profunda, que es don y compromiso: un don ofrecido cotidianamente por Cristo encontrado en la Palabra, en la Eucaristía, en los signos de los tiempos, en la fragilidad de la condición humana y también en las “noches” del mundo; el compromiso de vivir “en estado de conversión”, de “salvadas”, para ser aquellos «canales de la gracia» a través de los cuales pasa la acción de Dios y su misericordia.
Don Alberione decía que puede ser “canal” sólo quien ante todo se hace “cauce”: «El cauce primero se llena y después se derrama; pero primero se llena» (FSP41, p. 272). Sólo así la historia adquiere sentido y se transforma en “historia de salvación”, lugar y espacio de esperanza.
Dos semanas atrás hemos concluido el Intercapítulo, que ha sido un momento de verdadera gracia para toda la congregación. Movidas por el Espíritu, hemos comprendido con mayor claridad la necesidad de perseverar en la escucha obediente del Señor, para permitir que su Palabra, que habita en nosotras, “estalle” con su fuerza transformadora. Una trasformación interior profunda, que es don y compromiso: un don ofrecido cotidianamente por Cristo encontrado en la Palabra, en la Eucaristía, en los signos de los tiempos, en la fragilidad de la condición humana y también en las “noches” del mundo; el compromiso de vivir “en estado de conversión”, de “salvadas”, para ser aquellos «canales de la gracia» a través de los cuales pasa la acción de Dios y su misericordia.
Don Alberione decía que puede ser “canal” sólo quien ante todo se hace “cauce”: «El cauce primero se llena y después se derrama; pero primero se llena» (FSP41, p. 272). Sólo así la historia adquiere sentido y se transforma en “historia de salvación”, lugar y espacio de esperanza.
¿Qué tiempo puede haber de más favorable que el de Cuaresma para vivir todo esto? El camino hacia la Pascua está “solidificado” por la Palabra. Con la mirada fija en el horizonte luminoso de la resurrección, estamos invitadas, junto a todos los creyentes, a recorrer un itinerario que este año asume una connotación decididamente baustimal.
Benedicto XVI, en su Mensaje para la Cuaresma de 2011, recuerda el «nexo particular» que vincula el bautismo con la Cuaresma, como «momento favorable para experimentar la Gracia que salva»; un vínculo muy bien expresado en los numerosos «elementos bautismales, propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium 109) y en la costumbre de celebrar este sacramento en la Vigilia Pascual. En el bautismo, escribe el Santo Padre, «se realiza aquel gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos».
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