El sendero es un camino angosto, que en diversas culturas se transforma en metáfora de la vida misma. La Iglesia recoge de los labios de los profetas y de Juan Bautista la invitación a aplanar los caminos porque el Señor está cerca. Preparar el camino requiere dar visibilidad a la vocación profética y “precursora”. Caminar como profetas no basta. Es necesario entrar en el único sendero que lleva al Padre: Jesús Camino, Verdad y Vida. El caminar en él nos obliga a asumir cada vez más sus rasgos totalmente humanos y divinos, siguiendo aquel itinerario de configuración al Hijo vivido por el apóstol Pablo: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
Inauguramos la tercera semana con una gran invitación a alegrarnos porque «el Señor está cerca». En el Evangelio, el Bautista orienta a todos hacia Aquel que, aún estando en medio a su pueblo, no es reconocido: «El que viene detrás de mí es más poderoso que yo. Yo no soy digno de desatarle, inclinándome, los cordones de sus sandalias» (Mc 1,7). El Bautista recuerda a todos que la misión es indicar la presencia de Cristo en el mundo. Frente a actitudes cómodas, ambiguas y automáticas, el Adviento nos propone el valor grande del discernimiento para descubrir, a la luz de Dios, el valor profundo de todas las cosas. El Dios que sigue llamando, sigue siendo fiel a sus promesas. El Mesías esperado no es el juez implacable y duro; al contrario, él ha sido «enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a sanar los corazones destrozados» (Is 61,1).
Se enciende la tercera vela de Adviento
Señor, al encender estas luces,
reconocemos que tú has querido
caminar al lado de los hombres y mujeres
de todos los tiempos.
Y queremos expresar nuestra disposición
acoger la voz de invitación de preparar tus caminos:
en la fe que ve tu presencia escondida
en las acciones de bien de las personas
de buena voluntad;
en la esperanza que apuesta
por un mundo conforme a tu voluntad;
en el amor que día a día se hace donación.
Al encender esta tercera luz concédenos, Señor,
la alegría de ser, también nosotras,
una lámpara que ilumine las encrucijadas del mundo,
y testimonie ante nuestros hermanos el amor de Aquel
que ha querido compartir nuestra condición.
Tu presencia es nuestro gozo. ¡Ven pronto, Salvador!
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