Una de las mayores gracias de la vida cristiana consiste en comprender que se está viviendo mal. Generalmente esto se descubre cuando la existencia lleva ya tiempo hecha trizas, de forma superficial y sorda, casi oculta. ¡El despojo soft!
El hijo menor de la parábola de Lucas se da cuenta en un momento preciso de que las cosas no funcionan: cuando mira el alimento que tiene en las manos. Algarrobas para los cerdos. Y entonces su mente lleva a cabo una operación de recuperación de las cosas antiguas: en casa de Papá se comía bien, muy bien. Hasta los criados eran tratados como señores. Aquellas algarrobas para los cerdos abrieron los ojos al hijo rebelde. Fueron “luz” para ver la miseria del corazón y “palabras” para escuchar el anuncio de una posibilidad.
Estar mal es algo positivo. Fingir estar mal es una operación diabólica. Claro que no entendemos el “estar mal” como quien está siempre mal para hacer estar mal a los demás, como la víctima consciente que se hace verdugo. Entendemos exactamente lo que sintió el hijo de la parábola: estoy mal porque me he reducido a esclavitud, porque he arruinado mi dignidad para sobrevivir en tiempos de escasez; he dejado un padre y he encontrado un amo; salí como hijo y me encuentro esclavo. Comenzando por decirse así mismo que uno se ha hecho así con sus propias manos, tal vez podrá comenzar a levantarse y caminar hacia la propia dignidad de hijo y heredero.
En la parábola de Lucas entrar en sí mismo y volver al Padre son movimientos coincidentes: el Padre es mi dignidad, volver a él significa automáticamente dejarse abrazar por el auténtico misterio de la existencia personal. Entonces hay un malestar útil y otro inútil.
Aprendamos a estar mal “bien” sin ilusiones ni retrasos; detengámonos, no retrasemos esta conciencia con la excusa de los deberes apostólicos. Arrojemos del corazón ese “estar mal” dañino e inútil hecho de rencores, de envidias, de expectativas irreales. Aprendamos a decir a Dios: “Estoy mal lejos de ti, échame una mano”, Aprendamos a decir a los otros: “Algo no funciona. Escúchame”.
Aprendamos a “estar bien”, con esperanza y humildad. Abramos los ojos a los signos indicativos de las esclavitudes malsanas, ocultas; inclinémonos sobre el campo de nuestro corazón y contemos las algarrobas de los cerdos. Es una cuenta que recompensa. Lo garantizó personalmente.
El hijo menor de la parábola de Lucas se da cuenta en un momento preciso de que las cosas no funcionan: cuando mira el alimento que tiene en las manos. Algarrobas para los cerdos. Y entonces su mente lleva a cabo una operación de recuperación de las cosas antiguas: en casa de Papá se comía bien, muy bien. Hasta los criados eran tratados como señores. Aquellas algarrobas para los cerdos abrieron los ojos al hijo rebelde. Fueron “luz” para ver la miseria del corazón y “palabras” para escuchar el anuncio de una posibilidad.
Estar mal es algo positivo. Fingir estar mal es una operación diabólica. Claro que no entendemos el “estar mal” como quien está siempre mal para hacer estar mal a los demás, como la víctima consciente que se hace verdugo. Entendemos exactamente lo que sintió el hijo de la parábola: estoy mal porque me he reducido a esclavitud, porque he arruinado mi dignidad para sobrevivir en tiempos de escasez; he dejado un padre y he encontrado un amo; salí como hijo y me encuentro esclavo. Comenzando por decirse así mismo que uno se ha hecho así con sus propias manos, tal vez podrá comenzar a levantarse y caminar hacia la propia dignidad de hijo y heredero.
En la parábola de Lucas entrar en sí mismo y volver al Padre son movimientos coincidentes: el Padre es mi dignidad, volver a él significa automáticamente dejarse abrazar por el auténtico misterio de la existencia personal. Entonces hay un malestar útil y otro inútil.
Aprendamos a estar mal “bien” sin ilusiones ni retrasos; detengámonos, no retrasemos esta conciencia con la excusa de los deberes apostólicos. Arrojemos del corazón ese “estar mal” dañino e inútil hecho de rencores, de envidias, de expectativas irreales. Aprendamos a decir a Dios: “Estoy mal lejos de ti, échame una mano”, Aprendamos a decir a los otros: “Algo no funciona. Escúchame”.
Aprendamos a “estar bien”, con esperanza y humildad. Abramos los ojos a los signos indicativos de las esclavitudes malsanas, ocultas; inclinémonos sobre el campo de nuestro corazón y contemos las algarrobas de los cerdos. Es una cuenta que recompensa. Lo garantizó personalmente.
Autor: Padre Giuseppe Forlai, igs
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