
La Iglesia nos enseña que “no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día. La propia dignidad del hombre pide que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que esté al servicio de las inclinaciones depravadas de su corazón” (Gaudium et spes 14, en adelante GS).


La Iglesia enseña lo que la Biblia le revela: “No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero. Por tanto, al reconocer en sí mismo un alma espiritual e inmortal, no se engaña con espejismo falaz procedente sólo de las condiciones físicas y sociales, sino que, por el contrario, alcanza la misma verdad profunda de la realidad” (GS 14).
El ser humano es un misterio creado por Dios como una compleja unidad de cuerpo material y alma espiritual. No sólo materia, ni sólo espíritu. Es un cuerpo espiritualizado o un alma encarnada. Es esa compleja unidad íntima q

Este misterio de la Persona humana, para el cristiano, es revelado en Jesucristo. Éste no sólo nos revela a Dios Padre, sino que también nos revela al hombre (GS 22). Él es la verdadera imagen del Dios invisible y la verdadera y auténtica verdad perfecta de la Persona humana. Jesucristo es el hombre como debe ser. Y al encarnarse, con el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección, nos une íntimamente a Él. De manera que, tal como Él es Hijo de Dios, todos, configurados a Él (cf. Rom 6,1ss.), somos hijos (cf. Gálata 3,26).
La Persona humana es la imagen de Dios e hijo del mismo Dios. Ahí su nobleza.
Fuente: www.soberania.org
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