sábado, 31 de julio de 2010

Espiritualidad misionera de san Pablo

Vivir el misterio de Cristo «enviado»

La espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes: «Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,5-8).

Al misionero se le pide «renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos». A esto se orienta la espiritualidad del misionero: «Me hice débil con los débiles... Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia» (1ª Cor 9,22-23).

Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado

El misionero es el hombre de la caridad. Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es «el cuidado de todas las Iglesias» (2ª Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad «la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia».

No sólo transmite Pablo las palabras de Cristo, sino que afirma que es Cristo mismo quien habla en él (2 Cor. 13,3). Quien afirma: «vivo, no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal.2,20), dice también «habla Cristo en mí». Hay tal identificación entre Cristo y su enviado, que ya no son dos, sino una sola cosa. El evangelizador es como un sacramento de Cristo. En él y a través de él es Dios mismo quien exhorta (2 Cor. 5,20).

De este modo, el Evangelio que Pablo predica no es sólo palabras, sino Palabra hecha carne y vida; el anunciar ese Evangelio hecho realidad; él mismo se había convertido en Evangelio, en Palabra; dejando vivir a Cristo en sí mismo (Gal. 2,20), podía presentarse a sí mismo como modelo y ejemplo de una existencia auténticamente cristiana y evangélica.

Fuente: http://cartapalabrayespada.blogspot.com/

sábado, 24 de julio de 2010

La Iglesia, la “novia” de Cristo.

Una gran importancia tuvo en la vida y en la actividad del apóstol Pablo la comunidad cristiana de Corinto, Pablo fundó esa comunidad y permaneció en ella durante año y medio, haciendo crecer rápidamente la fe cristiana entre la gente oprimida y desesperanzada, entre los numerosos esclavos que había en la ciudad.

La actividad apostólica, la que Pablo defiende con tanta energia en los tres ultimos capitulos de la segunda carta a Cirintios, va totalmente en beneficio de la Iglesia. El tono literario agitado que mueve a Pablo a expresar toda la verdad tal como la siente nos ofrece visiones interesantes sobre el ideal de Iglesia que desea.

Pablo reacciona en términos enérgicos, porque sus adversarios han tocado a su comunidad. Es el amor a ésta lo que le obliga a hablar así: "Tengo celos divinos de vosotros, porque os he desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura" (2Cor 11,2).

Pone su amor a la comunidad al nivel del de Dios. Movido por este amor celoso, Pablo quiere que la comunidad corresponda a las exigencias de Cristo, como una virgen pura a la del hombre que ama. A lo largo de su exposición, Pablo precisa esta imagen de forma más concreta: "Poneos vosotros mismos a prueba. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?" (2Cor 13,5).

La comunidad tiene que hacer transparente, en toda su conducta, la presencia de Cristo, a quien ella pertenece por completo.

¿De que manera contribuyo para que esto sea posible en mi comunidad?

Fuente: www.mercaba.org

sábado, 17 de julio de 2010

Pablo, un hombre del Espíritu (IV Parte)

En el camino del Espíritu

El evangelista Juan certifica de esta manera la muerte de Jesús: "Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Juan 19,30). A partir de entonces, no hemos quedado huérfanos: nos ha venido acompañando hasta ahora ese Espíritu que es el Espíritu de Jesús.

Nos acompaña también María, la llena de gracia, sobre quien reposó el Espíritu del Señor, la que estuvo junto a la cruz de Jesús, recibiendo el encargo de la comunidad creyente en la persona del discípulo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Juan 19,26). Estará María en medio de los discípulos, en oración, animando la vida de la primera Iglesia, en la espera del Espíritu (Hechos 1,14).

A partir de esta verdad, preguntémonos:

¿Dónde se encuentran, en nuestro tiempo de hoy, auténticas experiencias del Espíritu, semejantes a las de María y a las de los primeros cristianos?

¿En qué medida tenemos la certeza de que el Espíritu está actuando en medio de nosotros, y antes que nosotros y mejor que nosotros?

Hablar del Espíritu Santo no puede significar otra cosa que reconocer su acción en el corazón de cada uno, en el corazón de nuestras familias y de nuestras ciudades, en el corazón de la historia. La pretensión del Espíritu es que todos lleguemos a ser como Jesús, a pensar como él, a actuar como él; y, como hijos de Dios, dar la propia vida por los hermanos.

En definitiva, sólo el Espíritu es quien puede hacer posible afirmar como el apóstol Pablo: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20), y, con tanta contundencia, "Para mí, la vida es Cristo" (Filipenses 1,21).

(Tomado de "Noticias SS.CC.")
Enrique Moreno Laval ss.cc.

sábado, 10 de julio de 2010

Pablo, un hombre del Espíritu (III Parte)

La tarea liberadora del Espíritu

Jesús fue un consagrado por el Espíritu desde su concepción en el seno de María, más adelante esta consagración fue confirmada al momento de su bautismo en el Jordán.

En la sinagoga de Nazaret, cuando leyó y comentó el libro de Isaías (Lucas 4,18-19) Jesús mismo lo reconoció diciendo: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor". Los comentarios que Jesús hace con respecto a esta palabra son contundentes y claros: "Hoy, delante de ustedes, se ha cumplido en mi persona esta profecía".

Hablar del Espíritu Santo es hablar de un hombre sobre quien el Espíritu ha descendido en plenitud, para habitar en él y quedarse con él para siempre, en vistas de una tarea que pretende renovar toda la faz de la tierra.

Si hemos comprendido a plenitud lo que esto significa, reflexionemos:

¿Cómo entendemos hoy, en la práctica, esta tarea liberadora del Espíritu en la que todos los seguidores de Jesús debemos sentirnos comprometidos?

¿Cómo trabajamos por la justicia cuyo fruto es la paz?

Continuará....
(Tomado de "Noticias SS.CC.")
Enrique Moreno Laval ss.cc.

sábado, 3 de julio de 2010

Pablo, un hombre del Espíritu (II Parte)

Los criterios del Espíritu

El hecho de que el Espíritu ponga de manifiesto el error del mundo, como indica Jesús, es advertido por el apóstol Pablo cuando escribe a la comunidad de Roma (Romanos 8,1-27): "Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan sus criterios; pero los que viven según el Espíritu, tienen criterios propios del Espíritu. Esto deja totalmente en claro que guiarse por los criterios de los propios apetitos lleva a la muerte; y guiarse por los del Espíritu conduce a la vida y a la paz. (...) Pero ustedes no viven entregados a tales apetitos, sino que viven según el Espíritu, ya que el Espíritu habita en ustedes. (...) Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios."

¿Qué criterios predominan, de hecho, en nuestros discernimientos personales, familiares y comunitarios?

Los frutos del Espíritu
Determinados criterios producirán frutos correspondientes a las opciones que tomemos. Esto lo dice san Pablo cuando escribe a la comunidad de Galacia (Gálatas 5,16-25): "Los frutos de esos desordenados apetitos son bien conocidos: fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, divisiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes. (...) En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo. (...) Si vivimos gracias al Espíritu, comportémonos también según el Espíritu".

Al final de la lista de los frutos de los apetitos desordenados, Pablo agrega "y cosas semejantes", al modo de un etcétera que se puede prolongar a partir de nuestras propias experiencias.

¿Qué frutos de esos apetitos podemos descubrir en nuestro mundo de hoy y en la sociedad en que vivimos? ¿Cuáles atentan más contra la calidad de nuestra vida?

Y en cuanto a los frutos del Espíritu, ¿cuáles son los que más valoramos y los que más necesitamos hoy para promover y defender la vida en esta tierra?
Continuará....
(Tomado de "Noticias SS.CC.")
Enrique Moreno Laval ss.cc.

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Estudiante de Lic. en Administración de Empresas en la Mención de Informática de la UNESR. Lider del departamento de Atención al Cliente de Tecnología Cima 24, CA. Amante de las carreras, la natación y el Mar.