
El evangelista Juan certifica de esta manera la muerte de Jesús: "Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Juan 19,30). A partir de entonces, no hemos quedado huérfanos: nos ha venido acompañando hasta ahora ese Espíritu que es el Espíritu de Jesús.
Nos acompaña también María, la llena de gracia, sobre quien reposó el Espíritu del Señor, la que estuvo junto a la cruz de Jesús, recibiendo el encargo de la comunidad creyente en la persona del discípulo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Juan 19,26). Estará María en

A partir de esta verdad, preguntémonos:
¿Dónde se encuentran, en nuestro tiempo de hoy, auténticas experiencias del Espíritu, semejantes a las de María y a las de los primeros cristianos?
¿En qué medida tenemos la certeza de que el Espíritu está actuando en medio de nosotros, y antes que nosotros y mejor que nosotros?
Hablar del Espíritu Santo no puede significar otra cosa que reconocer su acción en el corazón de

En definitiva, sólo el Espíritu es quien puede hacer posible afirmar como el apóstol Pablo: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20), y, con tanta contundencia, "Para mí, la vida es Cristo" (Filipenses 1,21).
(Tomado de "Noticias SS.CC.")
Enrique Moreno Laval ss.cc.
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