– Jesús:
Oh alma, te veo tan doliente, veo que ni siquiera tienes
fuerzas para hablar Conmigo. Por eso te hablaré sólo Yo, oh alma. Aunque tus
sufrimientos fueran grandísimos, no pierdas la serenidad del espíritu ni te
desanimes. Pero dime, niña Mía, ¿quién se ha atrevido a herir tu corazón? Dímelo
todo, dímelo todo, sé sincera al tratar Conmigo, descubre todas las heridas de
tu corazón, Yo las curaré y tu sufrimiento se convertirá en la fuente de tu
santificación.
– El alma: Señor, mis
sufrimientos son tan grandes y diversos y duran desde hace tanto tiempo que el
desaliento ya empieza a apoderarse de mí.
– Jesús:
Niña Mía, no puedes desanimarte; sé que confías en Mí sin
límites, sé que conoces Mi bondad y Mi misericordia. Así pues, hablemos,
detalladamente de todo lo que pesa más sobre tu corazón.
– El alma: Tengo tantas
cosas variadas que no sé de qué hablar primero ni cómo expresar todo
esto.
– Jesús:
Háblame simplemente, como se habla entre amigos. Pues
bien, niña Mía, ¿qué es lo que te detiene en el camino de la
santidad?
– El alma: La falta de
salud me detiene en el camino de la santidad, no puedo cumplir mis obligaciones,
pues, soy un sufrelotodo. No puedo mortificarme ni hacer ayunos rigurosos como
hacían los santos; además no creen que estoy enferma y al sufrimiento físico se
une el moral y de ello surgen muchas humillaciones. Ves, Jesús, ¿cómo se puede
llegar a ser santa en tales condiciones?
– Jesús:
Niña, realmente todo esto es sufrimiento, pero no hay
otro camino al cielo fuera del Vía Crucis. Yo Mismo fui el primero en
recorrerlo. Has de saber que éste es el camino más corto y el más
seguro.
– El alma: Señor, otra
vez una nueva barrera y dificultad en el camino de la santidad: por ser fiel a
Ti me persiguen y me hacen sufrir mucho.
– Jesús:
Has de saber que el mundo te odia, porque no eres de este
mundo. Primero Me persiguió a Mí, esta persecución es la señal de que sigues mis
huellas con fidelidad.
– El alma: Señor, me
desanima también que ni las Superioras ni el confesor entienden mis sufrimientos
interiores. Las tinieblas han ofuscado mi mente, pues, ¿cómo avanzar? Todo esto
me desanima mucho y pienso que las alturas de la santidad no son para
mí.
– Jesús:
Así pues, niña Mía, esta vez Me has contado mucho. Yo sé
que es un gran sufrimiento el de no ser comprendida y sobre todo por los que
amamos y a los cuales manifestamos una gran sinceridad, pero que te baste que Yo
te comprendo en todas tus penas y tus miserias. Me agrada tu profunda fe que, a
pesar de todo, tienes en Mis representantes, pero debes saber que los hombres no
pueden comprender plenamente un alma, porque eso supera sus posibilidades. Por
eso Yo mismo me he quedado en la tierra para consolar tu corazón doliente y
fortificar tu alma para que no pares en el camino. Dices que unas tinieblas
grandes cubren tu mente, pues, ¿por qué en tales momentos no vienes a Mí que soy
la luz y en un solo instante puedo infundir en tu alma tanta luz y tanto
entendimiento de la santidad que no aprenderás al leer ningún libro ni ningún
confesor es capaz de enseñar ni iluminar así al alma? Has de saber además que
por estas tinieblas de las que te quejas, he pasado primero Yo por ti en el
Huerto de los Olivos. Mi alma estuvo estrujada por una tristeza mortal y te doy
a ti una pequeña parte de estos sufrimientos debido a Mi especial amor a ti y el
alto grado de santidad que te destino en el cielo. El alma que sufre es la que
más cerca está de Mi Corazón.
– El alma: Pero una
cosa más, Señor: ¿qué hacer si me desprecian y rechazan los hombres, y
especialmente aquellos con quienes tuve derecho de contar y además en los
momentos de mayor necesidad?
– Jesús:
Niña Mía, has el propósito de no contar nunca con los
hombres. Harás muchas cosas si te abandonas totalmente a Mi voluntad y dices:
Hágase en mí, oh Dios, no según lo que yo quiera sino según tu voluntad. Has de
saber que estas palabras pronunciadas del fondo del corazón, en un solo instante
elevan al alma a las cumbres de la santidad. Me complazco especialmente en tal
alma, tal alma Me rinde una gran gloria, tal alma llena el cielo con la
fragancia de sus virtudes; pero has de saber que la fuerza que tienes dentro de
ti para soportar los sufrimientos la debes a la frecuente Santa Comunión; pues
ven a menudo a esta fuente de la misericordia y con el recipiente de la
confianza recoge cualquier cosa que necesites.
– El alma: Gracias, oh
Señor, por tu bondad inconcebible, por haberte dignado quedarte con nosotros en
este destierro donde vives con nosotros como Dios de la misericordia y difundes
alrededor de Ti el resplandor de Tu compasión y bondad. A la luz de los rayos de
Tu misericordia he conocido cuánto me amas.
Fuente: www.santisimavirgen.com.ar
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