Levanto mis ojos
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde vendrá mi auxilio?
Mi auxilio viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No te dejará caer, tu guardián no duerme,
no duerme ni reposa el guardián de Israel.
El Señor es tu guardián, tu sombra protectora
no te herirá el sol, ni la luna de noche.
El Señor te protege de todo mal,
él protege tu vida:
él te protege cuando sales y cuando regresas,
ahora y por siempre. Amén
Para mi reflexión
«¿Quién nos retirará la piedra de la entrada del sepulcro?» (Mc 16,3). Esta es la gran pregunta de la mañana de Pascua. Una pregunta que siempre recorre la historia de la humanidad. Las mujeres fueron muy de madrugada con los perfumes aromáticos para poner “fin” a los días del Nazareno con la máxima dignidad y honor. Pero el salir del sol indica ya el inicio de un tiempo nuevo. Un tiempo sin precedentes, nunca esperado y nunca ocurrido antes: ¡el tiempo de Dios! Dios interviene cuando ya no osamos esperar en la vida, cuando tocamos con la mano nuestra fragilidad, cuando ya no estamos en grado de abrirnos a las sorpresas del futuro. De hecho, nadie podrá ya retirar “aquella piedra”. Pero para quien tiene la osadía de levantar la mirada, alguna cosa sucede...
«Pero al mirar, observaron que la piedra había sido ya retirada, a pesar de ser muy grande» (Mc 16,4). Levantar la mirada es el verbo que narra el secreto de la piedra retirada (del griego anablepō: mirar hacia arriba, recuperar la vista, ir más allá de las apariencias). Sólo cuando nuestra mirada tiene la valentía de elevarse hacia lo alto, es decir, hacia Dios, el horizonte se ensancha, lo imposible se hace posible, el mirar se convierte en ver, lo invisible se hace visible, la muerte se transforma en vida y el encuentro se transforma en amor. La mirada misma de Jesús seguirá siendo para nosotros muy elocuente: «Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effatha!”, que significa: “¡Ábrete”» (Mc 7,34).
«¿Quién nos retirará la piedra de la entrada del sepulcro?» (Mc 16,3). Esta es la gran pregunta de la mañana de Pascua. Una pregunta que siempre recorre la historia de la humanidad. Las mujeres fueron muy de madrugada con los perfumes aromáticos para poner “fin” a los días del Nazareno con la máxima dignidad y honor. Pero el salir del sol indica ya el inicio de un tiempo nuevo. Un tiempo sin precedentes, nunca esperado y nunca ocurrido antes: ¡el tiempo de Dios! Dios interviene cuando ya no osamos esperar en la vida, cuando tocamos con la mano nuestra fragilidad, cuando ya no estamos en grado de abrirnos a las sorpresas del futuro. De hecho, nadie podrá ya retirar “aquella piedra”. Pero para quien tiene la osadía de levantar la mirada, alguna cosa sucede...
«Pero al mirar, observaron que la piedra había sido ya retirada, a pesar de ser muy grande» (Mc 16,4). Levantar la mirada es el verbo que narra el secreto de la piedra retirada (del griego anablepō: mirar hacia arriba, recuperar la vista, ir más allá de las apariencias). Sólo cuando nuestra mirada tiene la valentía de elevarse hacia lo alto, es decir, hacia Dios, el horizonte se ensancha, lo imposible se hace posible, el mirar se convierte en ver, lo invisible se hace visible, la muerte se transforma en vida y el encuentro se transforma en amor. La mirada misma de Jesús seguirá siendo para nosotros muy elocuente: «Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effatha!”, que significa: “¡Ábrete”» (Mc 7,34).
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