La Iglesia ha confesado con claridad y gozo todos los días a lo largo de los siglos la verdadera humanidad de Jesús, como lo hizo con su divinidad. Jesucristo es verdadero y perfecto hombre, modelo de nuestra humanidad de hijos adoptivos, nos llama y capacita para seguirlo, nos incorpora al misterio de la Trinidad, para que como hijos adoptivos en el Hijo Eterno, movidos por el Espíritu Santo, respondamos siempre y totalmente al amor primero del Padre, aquí ya en la historia, en marcha hacia la gloria.
La imitación de Jesús no es simplemente semejanza de gestos y palabras, es adhesión fundamental por la fe, la esperanza y caridad, de toda la persona, en toda su existencia. En una entrega que supone la fe, la esperanza y la caridad, que dan la inteligencia de la palabra del Señor que llama, y la fuerza del Espíritu que sana e impulsa la libertad del amor al Señor que se entregó por nosotros.
El hombre va transformándose de imagen en imagen por su vida de libertad y de amor, para hacerse cada vez más cercano a la gloria de Cristo.
La libertad de los hijos de Dios.
La libertad es la capacidad que tiene la persona humana de disponer de sí mismo en orden a su fin, a su destino, con independencia de cualquier determinismo, interior o exterior. Por la libertad el hombre debe elegir aquello que Dios le señala como su bien. Por este modo, por la elección, el sujeto define su rostro moral, su identidad ética y se hace padre de sí mismo, según la expresión de un Padre de la Iglesia. A través de los mandamientos Dios nos indica el camino de nuestra libertad para que nos realicemos. Indicarnos el camino de nuestro bien es un don divino.
Esta libertad, por el pecado original, ha sido herida y solo es liberada de su inclinación al pecado a través de Cristo. Sólo con la gracia de Cristo puede la libertad humana cumplir la ley moral en su totalidad y siempre. Si alguien la cumple de esa manera, lo sepa o no lo sepa, lo hace por la gracia de Dios.
La vida digna del hombre es imitación de la libertad de Cristo, por quien somos capaces del acto propio de la libertad auténtica que es el amor a Dios y al prójimo. Sólo el Espíritu del Crucificado nos hace capaces de la auténtica libertad de los hijos de Dios, que es la plenitud de la libertad de todo hombre.
Finalmente podemos decir que la medida de la imitación de Cristo es la de la de la auténtica libertad. Ésta es la realización personal del hombre, en la comunión con Dios y los hermanos.
Fuente: http://multimedios.org/docs/d001074/
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