María Santísima, entonces, por ser Inmaculada Concepción redimida por Cristo, por ser Madre de Jesús y del Pueblo de Dios, por ser Asunta al cielo y Reina del mundo, simboliza toda la gloria de la Iglesia. Simboliza la victoria definitiva de Jesucristo Nuestro Señor sobre el Dragón. Así queda confirmada la profecía del Génesis en el llamado Protoevangelio: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañar (Gen 3,15)». Así María muestra el camino de la Iglesia y del mundo en el que finalmente Dios será todo en todos (Cf. 1 Cor 15, 28).
María Santísima no permanece de ninguna manera indiferente a la marcha concreta del mundo. Esta humanidad nuestra, de alguna manera, gime con dolores de parto –como dice el libro del Apocalipsis-, incapacitada de salir del camino por donde se ha adentrado sin la ayuda del Único que puede salvarlo.
Tenemos una Madre que está en el cielo y que sigue colaborando en su papel de Corredentora junto a su Hijo, por la salvación del mundo. Ella lo hace con su corazón de Madre, de Mujer, viviendo de alguna manera misteriosa en sí misma, el dolor que tantos hombres padecen en nuestro tiempo. Ella no es ajena a nada de lo que nos sucede.
Ella está junto a nosotros con un amor como ninguno otro. María Santísima, nuestra Madre, Asunta al Cielo se ocupa de nuestra suerte, de todas nuestras cosas, y sobre todo de nuestra salvación eterna.
La esperanza del pueblo cristiano ha de estar puesta en la regeneración del mundo, en el tiempo de la consolación y de la restauración universal, de la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10).
Esta redención ya se ha operado en María Santísima. Mirándola a Ella asunta en cuerpo y alma tenemos el modelo de nuestra propia salvación y la del mundo entero. Mirándola a Ella podemos desechar toda solución social, cultural y política que quiera construir la sociedad actual sobre principios que ponen al hombre en lugar de Dios y contra Dios, cerradas absolutamente al horizonte grandioso de la Revelación cristiana y de la fe católica. Al mismo tiempo, mirándola a ella podemos tener una esperanza cierta en lo que Dios quiere obrar en cada uno de nosotros y en el mundo entero, si sinceramente nos sometemos a su soberanía, y abrimos «de par en par las puertas a Cristo».
Autor: P. Petrus Paulus Mariae Silva
María Santísima no permanece de ninguna manera indiferente a la marcha concreta del mundo. Esta humanidad nuestra, de alguna manera, gime con dolores de parto –como dice el libro del Apocalipsis-, incapacitada de salir del camino por donde se ha adentrado sin la ayuda del Único que puede salvarlo.
Tenemos una Madre que está en el cielo y que sigue colaborando en su papel de Corredentora junto a su Hijo, por la salvación del mundo. Ella lo hace con su corazón de Madre, de Mujer, viviendo de alguna manera misteriosa en sí misma, el dolor que tantos hombres padecen en nuestro tiempo. Ella no es ajena a nada de lo que nos sucede.
Ella está junto a nosotros con un amor como ninguno otro. María Santísima, nuestra Madre, Asunta al Cielo se ocupa de nuestra suerte, de todas nuestras cosas, y sobre todo de nuestra salvación eterna.
La esperanza del pueblo cristiano ha de estar puesta en la regeneración del mundo, en el tiempo de la consolación y de la restauración universal, de la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10).
Esta redención ya se ha operado en María Santísima. Mirándola a Ella asunta en cuerpo y alma tenemos el modelo de nuestra propia salvación y la del mundo entero. Mirándola a Ella podemos desechar toda solución social, cultural y política que quiera construir la sociedad actual sobre principios que ponen al hombre en lugar de Dios y contra Dios, cerradas absolutamente al horizonte grandioso de la Revelación cristiana y de la fe católica. Al mismo tiempo, mirándola a ella podemos tener una esperanza cierta en lo que Dios quiere obrar en cada uno de nosotros y en el mundo entero, si sinceramente nos sometemos a su soberanía, y abrimos «de par en par las puertas a Cristo».
Autor: P. Petrus Paulus Mariae Silva
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