En el día solemne de Pascua la Secuencia nos hace proclamar, con estupor y conmoción, el antiguo anuncio: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!». También nosotras, al alba de la nueva creación, como María de Magdala, como Pedro y Juan, hemos sido constituidas testigos de la victoria de la Vida sobre la muerte.
El silencio del sepulcro ha sido destruido, la luz ha brillado en las tinieblas iluminando toda existencia y poniéndola bajo el signo de la redención, de la transfiguración en el amor.
La resurrección de Cristo es promesa y premisa de liberación de aquella angustia de la muerte que atormenta a la humanidad y compromete las mismas relaciones. Jesucristo ha llevado sobre su cuerpo, en la tumba, todas las violencias que los seres humanos infligen recíprocamente, todas las rupturas de diálogo, todos los odios… Ahora resurgiendo a la vida, lleva consigo a los prisioneros de la "muerte", levanta a los caídos, abre horizontes nuevos de sentido a los muchos que continúan creyendo, esperando y amando.
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