DULZURA SIN FIN(del salmo 16)
Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi dueño, mi único bien».
Señor, tú eres mi alegría y mi herencia; mi destino está en tus manos.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor;
con él a mi derecha, jamás fracasaré.
Por eso se me alegra el corazón, hacen fiesta mis entrañas,
y todo mi ser descansa tranquilo;
porque no me abandonarás en el abismo,
ni dejarás a tu fiel experimentar la corrupción.
Me enseñarás la senda de la vida,
me llenarás de alegría en tu presencia.
de felicidad a tu derecha. Amén
Para mi reflexión
¿Es posible abrir las puertas a una vida sin fin? Sí, si se pasa por la puerta de la fe que se abre con la llave de la escucha. La escucha de Jesús no es solamente el principio de nuestra transfiguración, sino también de la posibilidad real de abrirnos a la vida sin fin.
El Dios inaccesible e invisible se da a conocer a través del Hijo amado y donado. «Quien ve al Hijo y cree en él, tiene la vida eterna», es decir la vida misma de Dios. En lenguaje bíblico el “ver” es solamente la consecuencia de una escucha obediente y amorosa: quien escucha al eterno se hace eterno. El eterno y el presente se tocan y se abrazan definitivamente en Jesús y en él nuestros pensamientos, afectos y comportamientos son purificados lentamente en un camino nunca completamente concluido. Nicodemo, el admirador nocturno, que no tiene el valor de convertirse en discípulo, recibe una gran revelación: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único...» (Jn 3,16).
Para Dios, el eterno se esconde en el amor y amar significa donarse totalmente en Jesús; pero para darse a sí mismo es necesario saber amar mucho. En Jesús cada persona está llamada a realizar la semejanza con Dios en un amor que simplemente da: por la alegría de dar, sin esperar recompensa. El Evangelio de amor creíble ilumina el camino de la Iglesia hacia la alegría de la Pascua sin fin.
Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi dueño, mi único bien».
Señor, tú eres mi alegría y mi herencia; mi destino está en tus manos.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor;
con él a mi derecha, jamás fracasaré.
Por eso se me alegra el corazón, hacen fiesta mis entrañas,
y todo mi ser descansa tranquilo;
porque no me abandonarás en el abismo,
ni dejarás a tu fiel experimentar la corrupción.
Me enseñarás la senda de la vida,
me llenarás de alegría en tu presencia.
de felicidad a tu derecha. Amén
Para mi reflexión
¿Es posible abrir las puertas a una vida sin fin? Sí, si se pasa por la puerta de la fe que se abre con la llave de la escucha. La escucha de Jesús no es solamente el principio de nuestra transfiguración, sino también de la posibilidad real de abrirnos a la vida sin fin.
El Dios inaccesible e invisible se da a conocer a través del Hijo amado y donado. «Quien ve al Hijo y cree en él, tiene la vida eterna», es decir la vida misma de Dios. En lenguaje bíblico el “ver” es solamente la consecuencia de una escucha obediente y amorosa: quien escucha al eterno se hace eterno. El eterno y el presente se tocan y se abrazan definitivamente en Jesús y en él nuestros pensamientos, afectos y comportamientos son purificados lentamente en un camino nunca completamente concluido. Nicodemo, el admirador nocturno, que no tiene el valor de convertirse en discípulo, recibe una gran revelación: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único...» (Jn 3,16).
Para Dios, el eterno se esconde en el amor y amar significa donarse totalmente en Jesús; pero para darse a sí mismo es necesario saber amar mucho. En Jesús cada persona está llamada a realizar la semejanza con Dios en un amor que simplemente da: por la alegría de dar, sin esperar recompensa. El Evangelio de amor creíble ilumina el camino de la Iglesia hacia la alegría de la Pascua sin fin.
Fuente: www.paoline.com
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